Mi hobbie era comprar. Daba igual el qué, el precio, la calidad... Adquirir un producto nuevo me hacía inmensamente feliz. El problema vino cuando me gastaba casi más de lo que ingresaba.

Os cuento mi historia de como -casi- se me va de las manos las compras compulsivas:

Empecé comprando ropa porque quería ir guapa al trabajo, a tomar algo con mis amigos y de fiesta; después de la ropa empecé a comprar chuminadas para la casa: que si un cuadro, una manta....Incluso cosas de papelería: la agenda del año, bolis de colores, estuches....Era un impulso, ni me probaba la ropa, ni compraba precios, ni compraba por necesidad... pero me hacía tan feliz tener cosas nuevas que estrenar... ¡Tienen un olor especial!

No pensaba que tuviera un problema hasta que me pasaron dos cosas: la primera y más obvia, que cuando fui a pagar el alquiler no tenía suficiente y tuve que pedir prestado a mis padres. Una vergüenza absoluta. Y la segunda, cuando mi hermana abrió el armario y, literal, me enseñó tres jerseys, dos vestidos y unas botas con etiqueta. Lo peor de todo es que ni era consciente de su existencia (hacía ya meses de esas compras) ni me enamoraban ya esas prendas. Mi hermana contó que tenía 12 jerseys contando los tres nuevos sin estrenar. Vamos, que necesidad necesidad... no era.

Todo esto hizo mella en mí y me dio que pensar. Busqué en Internet “comprar por impulso”, y los resultados claramente me definían “Los artículos que se han comprado por impulso corresponden a un comportamiento del tipo: Lo vi, me gustó y lo compré” sin el suficiente análisis o maduración.

¿Tenía un problema? ¿Era compradora compulsiva? Seguí investigando y vinieron los datos: afecta a entre el 6% y 7% de la población. “Ufff” pensé. Algunos de los síntomas son:

  • Ansiedad por consumir
  • Insatisfacción tras la compra
  • Irritabilidad y cambios de humor
  • Falta de autocontrol por dejar de comprar
  • Sentimiento de culpabilidad tras gastar dinero
  • Insomnio

Por suerte, yo no tenía ninguno de ellos, pero sí me identifiqué con las palabras del doctor Jesús de la Gándara, jefe de Psiquiatría del Hospital Universitario de Burgos y uno de los pioneros del análisis de este fenómeno: “El impulso por comprar provoca alegría, hace sentir bien”. Tener algo nuevo me hacía feliz, pero me di cuenta que no quería tener ese tipo de felicidad tan traicionera y fugaz.

Según lo que leí, mi comportamiento con las compras no tenía mucho de adicción, pero tenía que poner freno a dichas compras y aprender a ahorrar cuanto antes.

Probé varias técnicas:

La regla de los 30 días

Cuando quería comprar algo no lo hacía y lo apuntaba en una lista de deseos con la fecha. Dejaba que los días fueran pasando hasta el día 30. Llegada esa fecha podían pasar dos cosas:

1- Ni te acordabas de lo que querías hace un mes, por tanto era algo innecesario.

2- Aún te rondaba por la cabeza, lo que significa que sí o sí te lo vas a comprar.

Todo esto tiene una base científica que mucho tiene que ver con los estímulos, el cerebro y la compra, así lo explica la psicóloga Kelly McGonigal en su libro The Willpower Instinct: “dejar pasar tiempo entre el impulso de compra y la toma de una decisión al respecto ayuda a reprimir el estímulo de compra”.

Me funcionó a medias, la verdad es que no aguanté los 30 días y al segunda semana ya estaba comprándome un jersey lila, es que sino...¡se iba a agotar! Pero hubo otras cosas que sí se me quitaron las ganas de comprar como una diadema de topos color mostaza, un pintalabios rojo y unos subrayadores. Pensé: “¡si no lo quiero para nada!”. Así que gracias a esta técnica mis finanzas mejoraron algo..pero aún tenía que probar más cosas.

¡Ojo! Se puede acortar el plazo a 15 días si ves que 30 es demasiado e ir aumentando. ¡Será todo un reto!

Transformar el precio en horas de trabajo o gastos fijos pagados

Si haces esto te garantizo que no vas a comprar nada que no necesites, ¡todo cuesta tanto...!

Calcula el precio del producto en horas de trabajo. Por ejemplo uno botines de precio calidad media pueden costar unos 80 euros, lo que puede suponer 2 días de trabajo si tienes un sueldo de 1200 euros. Dicho de otro modo, 16 horas de trabajo por unos botines , piensa, ¿lo valen? En este caso tienes que pensar si tienes más botines, qué uso real vas a hacer de ellos y comprobar si merecen la pena o no.

Ya te digo yo que se te quitan las ganas. Fue bastante efectivo para mi.

Otro método bastante efectivo fue comprobar que, ahorrándome esos gastos impulsivos en productos que tan poco iba a echar en falta, ya tendría resueltas muchas de mis facturas o gastos fijos. Eché la vista atrás e hice una lista de todo lo que compré en los últimos 3 meses y podía haber evitado (prendas capricho que saltaron a mi vista por publicidad en redes sociales, la colonia cuya muestra que venía en una revista me atrapó o esas sandalias para una noche de verano que no llegué a estrenar porque sí, para qué engañarnos, son ideales pero no mi estilo del dia a día). La suma de todos esos gastos superaba en unos 25 euros el importe de mi cuota anual del seguro del coche, ¡ya lo tendría pagado!

Dejar la tarjeta en casa y pagar en metálico

Ver como se gasta un billete de 50 duele más que pasar un trozo de plástico. Todo es psicológico, pero funciona. Indagando dí con un estudio en la revista Journal of Consumer Research que decía que “cuando pagas con dinero en efectivo se crea un sentimiento de pérdida de propiedad que no se da en el caso del pago electrónico, ya que tu vuelves a recuperar tu tarjeta, pero a nivel subconsciente no has acusado ese sentimiento de pérdida”. Totalmente de acuerdo.

Decidí dejar la tarjeta en casa e ir con cash en el monedero. Además, había días que llevaba muy poco dinero en metálico, así que aunque tuviera una tentación, lo que no tenía era dinero. De hecho me pasó: estaba en la cola de una tienda con un bolso en la mano y cuando fui a pagar ¡Me faltaban 75 céntimos! Rebusqué por todos los bolsillos y nada, ¡qué vergüenza pasé!

A día de hoy hago un mix de las tres técnicas y he de decir que me va muy bien. Soy mucho más consciente del valor de la cosas, pienso antes en la necesidad que en el capricho y alargo la vida de mis productos mucho más que antes, es decir, saco más partido a mis gastos. Y como consecuencia de esto, consigo ahorrar bastante, y lo mejor de todo es que lo invierto en lo que realmente quiero y necesito.

Es una pena que el ser humano tenga que llegar a extremos para darse cuenta de la realidad y hacer cambios en la vida, pero como se suele decir, ¡nunca es tarde si la dicha es buena!