Matrículas, residencia de estudiantes, manutención… Fernando nos cuenta cómo logró reconducir la economía familiar en su familia cuando su hijo mayor estaba a punto de empezar la universidad.

«No nos vamos a engañar. No soy un ahorrador nato. A mis 49 años, reconozco que la gestión de mi economía personal ha ido evolucionando, no solo porque las condiciones obligasen (ahora soy padre de familia) sino porque, con los años, he ido siendo consciente de la importancia de tener el control en mis finanzas y también, perfeccionando mis métodos para ello.

Cuando estaba soltero, las palabras gestión de economía personal me sonaban a chino. Llegaba a fin de mes, pero porque mi sueldo medio y mi nivel de vida humilde me lo permitía. Además, si me sorprendía un gasto imprevisto como un arreglo del coche, tenía el comodín de acudir a mis padres. Es decir, ni ahorraba conscientemente, ni tenía control de mis finanzas. ¡Un auténtico desastre y riesgo a futuro!

Me casé a los 28 años y mi novia, que siempre ha sido bastante más organizada que yo, comenzó a llevar las riendas de lo que sería nuestra economía en pareja y comencé a ser independiente de verdad (ya no vale acudir a papá y mamá) y consciente de la importancia de tener control en las finanzas personales.

La visita de la cigüeña

Todo iba bien hasta que llegaron los niños, ¡tocó replanificar nuestro arraigado sistema de finanzas familiares!

Al principio, fue más o menos sencillo. La cuantía que cada uno aportaba a la cuenta compartida engordó y en los gastos fijos comenzaron a añadirse partidas como: actividades extra escolares, ropa y accesorios (aunque por suerte tenemos primos de los que heredar), material escolar…

Como los dos trabajamos fuera de casa, las comidas eran un quebradero de cabeza, así que comenzamos a planificar también comidas y meternos maratones de cocina los domingos para dejar menús preparados. No solo ganamos en tiempo y beneficios de dieta equilibrada sino también en ahorro en el supermercado al ir con la lista hecha y los productos justos y premeditados.

Todo estaba bajo control. A lo largo de estos años, incluso hemos intentado desde darles a nuestros hijos cierta educación financiera: explicarles por qué no podemos comprar ahora es nuevo videojuego, inculcarles la importancia de gestionar su paga y priorizar gastos, ganarse un dinero extra haciendo alguna labor... Por ejemplo, animamos a Álex, que ya tiene 16, a sacar el título y dar clases de surf a niños los fines de semana, así podría hacer ese viaje a la nieve.

Del colegio la universidad

Durante una cena, mis cuñados (que tienen hijos más mayores), se quejaban de lo que la universidad de su hijo mayor les estaba costando. De vuelta a casa, nos dimos cuenta de que nosotros no teníamos previsto todos los gastos que la universidad conlleva… ¡Cómo ha subido la vida desde que salimos de la facultad! ¡SOS! Y digo “todos” porque, en nuestra cuenta de ahorro, tenemos también desglosadas varias partidas, entre ellas, la de educación.

Lo primero que hicimos fue ponernos bien al día de los costes de las universidades de nuestra comunidad en especial y del país en general. Así, aunque no sabíamos todavía la rama que escogerían, tendríamos el primer punto claro: cómo está el tema de los créditos, las tasas, cursos, etc. También aprovechamos para echar un ojo al panorama de las residencias de estudiantes.

Ya teníamos una idea general de lo que nos esperaba en 3 años, así que ahora “replanificamos” la partida de educación que os comentaba y decidimos llevarnos la cuantía a una cuenta aparte para sacarle rentabilidad.

En el año anterior a que Álex comenzase su carrera, nos informamos de la financiación y préstamos para estudios que podíamos solicitar y también de las becas actuales, tanto del Ministerio de Educación como de becas de otras organizaciones.

Por supuesto, a estas alturas nuestro esfuerzo en inculcarles tanto a Álex como a la pequeña Laura cierta educación financiera, ya daba sus frutos y el futuro universitario no solo iba a comenzar a hacer uso de su cuenta infantil (en la que, desde pequeño tanto nosotros como familiares le íbamos ingresando en fechas especiales), sino que era consciente de que debía hincar codos para conservar la beca. Y por suerte, en su ya tercer año de Magisterio, no podemos estar más orgullosos.

Mi consejo a padres primerizos es que tengan presente esta partida en su gestión de economía familiar desde ya, ¡incluso antes de que nazcan! Pero, tal y como fue nuestro caso, nunca es tarde si la dicha es buena. Con planificación, reacondicionamiento del método de gestión de la economía familiar y constante información del panorama educativo, ¡conseguimos que la universidad no descalabrase nuestro equilibrio!»