Sara, de 35 años, tenía un buen sueldo y, a pesar de eso, siempre llegaba a final de mes muy justa. Nunca se había parado a hacer cuentas para conocer en qué se le escapaba tanto dinero. Cuando lo hizo, supo que tenía un vicio del que no era consciente: la ropa. A continuación nos cuenta cómo lo descubrió y lo que hizo para ponerle solución y ahorrar:
Tener un vicio sin saberlo
“Desde hace 4 años conseguí el trabajo que llevaba tiempo buscando, por fin una empresa que me proponía unas buenas condiciones, un sueldo que no estaba nada mal (unos 1400€ mensuales) y libertad total para poder desarrollarme como diseñadora gráfica. Hasta ese momento, vivía con mis padres porque, a pesar de ir acumulando trabajos y experiencia en mi campo, tenía unos sueldos muy precarios y no ganaba lo suficiente para independizarme.
En resumen, nunca me había enfrentado a pagar un alquiler, facturas, llenar la nevera y ver lo que quedaba para eso que tanto me gusta… ¡mis caprichos y mi vida social! Para que me entendáis, aunque antes ganaba mucho menos, el sueldo era íntegro para mí porque mis padres no querían que me preocupara por nada más, así que nunca me había parado a pensar cuánto representan mis gastos al mes.
Si a algo dedicaba los fines de semana era a ir de compras, tanto sola como con amigas, porque desde adolescente me gustaba tener la ilusión de estrenar cada fin de semana algo nuevo: un vestidito, una blusa, un top… Cosas sencillas y no muy caras que no me parecían un gasto enorme en mi economía pero… nada más lejos de la realidad.
Cuando me independicé comencé a ver que no llegaba a fin de mes y me excusaba pensando que serían los primeros meses de instalación y de invertir en cosas para mi pisito, que si toallas, nórdicos, cubertería… Pero vi que esto no cambiaba y que ya llevaba más de un año viviendo sola y sin ahorrar un solo céntimo. ¿Cómo podía ser posible que mis amigas, con sueldos incluso inferiores, lo lograsen y yo no? Tenía tan interiorizado “el vicio” que ni cuenta me daba de que ese jersey que me compré mientras paseaba por el centro no era un imprescindible para el invierno.
La motivación para cambiar
Una de mis mejores amigas tampoco entendía cómo podía ir tan ahogada y me aconsejó descargarme apps para comenzar a ahorrar y controlar mis gastos e incluso me habló de los famosos “gastos hormigas” que desconocía por completo. Me propuse ser lo buena alumna que era en la carrera, implicarme en esto de intentar mejorar mis finanzas y fui anotando todo en mi nueva app.
Pues bien… no os podéis ni imaginar la cara que se me quedó al ver que mensualmente estaba gastando unos 500 € en ropa. Traducción: ¡me gastaba casi lo mismo en el alquiler que en ropa! ¿Cómo podía tener un vicio así sin darme cuenta?
Tenía tanta vergüenza dentro que no era ni capaz de hablarlo con nadie, así que comencé a buscar información en internet sobre cómo dejar de comprar compulsivamente y empezar a ahorrar.
El reto 333, ¡mi salvación!
Después de investigar me decidí por el reto 333: 3 meses utilizando 33 prendas y accesorios porque me gustan los cambios drásticos y que me pongan a prueba. Me di cuenta de que no solo necesitaba parar de comprar, sino que también quería demostrarme a mí misma que no necesitaba tanta ropa y que podía vivir igual de feliz con mucho menos.
Todos los beneficios que me aportó este reto
Varias cosas fueron las que me llamaron la atención para empezar a pensar en proponérmelo:
- El ahorro: evidentemente, este es el punto que más me atraía y que quería zanjar lo antes y lo mejor posible. Comprar menos ropa y ahorrar.
- El espacio: comprar menos ropa significaría dejar de malgastar espacio de mi nuevo piso (que tampoco es el de las Kardashian), así que este era otro punto a favor que me atrajo mucho.
- El tiempo: vale que me gusta mucho la moda, pero lo cierto es que la cantidad de horas dedicadas a pensar qué me ponía y compraba para cada evento me ocupaba demasiado espacio de mi cabeza que sería más interesante dedicar a otras inquietudes que tengo como la lectura, el cine o la fotografía.
- El consumo: empecé a reflexionar sobre la importancia de ser una consumidora ética y responsable con el medio ambiente. “Menos es más”, siempre me decía esto a la hora de combinar la ropa y ahora quería aplicarlo a mi vida. Mejor dos prendas buenas, que me duren años, que cinco de baja calidad y que apenas ponga una temporada.
Reto de fácil aplicación y ¡rápidos resultados!
Leí que lo primero que tenía que hacer era elaborar una lista con las 33 prendas y accesorios que utilizaría durante 3 meses y, de ser posible, apartar el resto de mi vista para no caer en la tentación y meterme bien en el papel. En mi caso, como no confiaba mucho, decidí que lo mejor sería meter todo en cajas y llevarlo al trastero de mis padres.
Me lancé a retarme y ponerme a prueba, así que comencé a hacer mi lista con la ropa más cómoda y fácil de combinar que tenía: un abrigo negro de fondo de armario, como se suele decir, tres jerseys, tres pantalones, tres vestidos, unos aritos clásicos, unas botas, unos zapatos, unas zapatillas de deporte… Todo hasta sumar los 33 elementos permitidos.
Confieso que esa noche no dormí mucho pensando en que no iba a aguantar sobre todo porque en una semana tenía ya el cumple de mi mejor amiga y era una ocasión especial para la que, normalmente, me iría a comprar un modelito nuevo. No obstante, quería vencerme y demostrarme que era capaz de controlarme.
No obstante, os confesaré que al final no fue tan “duro” como pensaba porque el hecho de levantarme temprano y no tener que pasar cada día el apuro de pensar qué me pongo para ir al trabajo me hizo ganar tiempo por las mañanas e incluso estar de mejor humor porque no tenía esa preocupación continua por no repetir y vestirme cada día de una manera nueva y diferente.
Es más, cuando me vi ahorrando hasta 400€ mensuales caí en la cuenta de que esa calma estaba consiguiendo que durmiese mucho mejor, ya que no tenía el estrés y el agobio que me provocaba la llegada de fin de mes. E imaginad lo que mejoró mi estado de ánimo cuando meses después me permití el mimo de regalarme una Smart TV que pensé que nunca podría comprarme y que me ayuda a llevar los días de confinamiento mucho mejor viendo mis series y pelis favoritas como Dios manda.
En resumen, solo os puedo decir que mi experiencia fue de lo más positiva. Aunque al principio me sentí muy tonta y vergonzosa por haber malgastado tanto dinero en ropa, ahora echo la vista atrás y me doy cuenta de que he aprendido mucho gracias al reto 333. He aprendido a hacer un consumo ético, sostenible y responsable. Ahora busco marcas implicadas con el medio ambiente, por ejemplo. Marcas que antes me parecían caras porque pensaba que necesitaba cinco pantalones cuando “necesidad” es alimentarnos, ¡pero no tener el armario lleno!